Director: Philip Gröning
Estreno en España: 24 de noviembre de 2006
Le damos un 6
La impaciencia está reñida con este recorrido intimo por las dependencias de un monasterio donde las campanas constituyen el único ruido. Una osadía en los tiempos que corren.
Bajo los designios de la repetición, el ritmo y la quietud se presenta un singular tratado sobre el paso del tiempo en un recóndito marco que escapa al acelerado mundo exterior. Esa es la principal virtud de un sigiloso título cuyo excesivo y sosegado metraje no hace más que recordarnos que mientras estemos en la sala de cine estaremos a salvo de todos los males.
El cineasta encargado de realizar este heterodoxo ejercicio de aguante tuvo que esperar 16 largos años para introducir su cámara en un monasterio de la Orden de los monjes Cartujos perdido en un paraje montañoso en el sur de los Alpes franceses. Al final pudo asistir como testigo a la recluida forma de vida de unos seres entregados a la oración, aunque no son ellos los únicos protagonistas de este largometraje espiritual.
Conste que no acudimos al adjetivo fácil: la película puede resultar esclarecedora o tediosa. Algunos pensarán que ocurre igual con la religión. De lo que no tenemos duda es de la paz que trasmite: nadie habla –sólo pronuncia tímidos sonidos la naturaleza-, es posible oír el silencio, aunque parezca una incongruencia. La austeridad técnica entronca con la forma de vida de unos monjes que llega a la pantalla sin aderezos ni palabras. Las explicaciones no-visuales están vetadas en pro de una regeneración de la cotidianeidad que puede resultar hipnótica o aburrida a partes iguales.
Las imágenes que pretenden captar la esencia de las cosas –sin entrar en el aspecto místico- carecen de marco para que seamos nosotros, los espectadores, quienes encuadren en su mente la realidad. Philip Gröning se limita a conducirnos por una percepción más o menos lógica del quehacer diario de una comunidad en perfecta simbiosis con el entorno natural.
No podemos referirnos a este trabajo como un documental sino más bien como un recorrido por un museo humano vivo en cuyas paredes cuelgan cuadros frente a los que nos detenemos durante 160 minutos. Aquel que se atreva a entrar en los dominios del silencio deberá hacer frente a la idea de que la belleza también cansa.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
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