miércoles, octubre 04, 2006

Crítica: "Código 46"


Con 2 años de retraso llega esta cinta sobre virus empáticos y violaciones de códigos universales que encierra todo un tratado acerca del amor en un mundo deshumanizado.

A medio camino entre Gattaca –sobre élites e incompatibilidades- y Olvídate de mí –hay cierto paralelismo gracias a frases como ‘¿puedes amar a quien no recuerdas?’-, Código 46 supone otra muesca en la inclasificable filmografía del inglés Michael Winterbottom: no es la mejor ni la peor, es una película más, hecha con dominio de la(s) técnica(s) cinematográfica(s) e imperfecta en cuanto a su variopinta mezcla de géneros y la estructura que sigue.

Juega su carta precisamente a partir de esa combinación de cine negro y ciencia ficción. Además es creíble en cuanto a la cimentación de un mundo aún lejano pero tangible, sin marcianos ni robots, aferrándose a la ingeniería genética y las consecuencias de la clonación. Cinta futurista pero en una naturaleza perfectamente identificable donde los movimientos están controlados por estrictos mecanismos de seguridad impuestos en forma de seguros especiales, exponentes de la globalización que nos espera. En este sentido, pero más poético, el juego con el idioma –francés, italiano, iraní, español- es sólo un guiño anecdótico, aunque invita a ver la versión original.

El futuro está aquí, en las construcciones de asentamientos como Shangai y Dubai, donde la modernidad convive con la tradición... Las ciudades se muestran como oasis en un mundo árido del que sólo puedes salir con papeles. El cineasta no es ajeno a la problemática de la emigración y al control del Estado sobre el hombre; ya con una precisión diferente tocó el tema a través de En este mundo.

Volviendo a sus referentes –los literarios pasan por 1984 y Un mundo feliz- ahí está la cinta de Andrew Niccol protagonizada por Uma Thurman y Ethan Hawke, dos 'in-válidos' en un mundo donde sólo tienen opción de ascenso profesional los válidos; las diferencias entre los seres humanos quedan marcadas aquí por la separación ‘vivir dentro / estar fuera’. Como en Gattaca, Winterbottom trata la manipulación genética desde el thriller, con un detective, Tim Robbins, que se enamora del sujeto a investigar, el personaje interpretado Samantha Morton (la protagonista de Edén, de Amos Gitai, y En América, de Jim Sheridan) de la que sabe aprovechar su increíble fotogenia en primeros planos imposibles en otras actrices.

El escritor Frédéric Beigbeder dejó escrito que El amor dura tres años. En el cine, pocos han estado tan obsesionados por el tema como este joven pero prolífico director que a sus 44 años habla de dos seres con capacidad de amar entre sí, pero coartada por los mundos a los que pertenecen y un ADN que también se ocupa de que no se plantee un romance... ¿Revisión del clásico Romeo y Julieta? Dejémoslo en tratado acerca de la relación entre el sexo y el amor, un sentimiento que aquí dura lo que un seguro, escasas 24 horas.

Iconoclasta en su forma de hacer cine su estilo es, sin embargo, cada vez más personal e identificable. Su progresión le ha ido llevando a cierto desencantamiento ante el mundo, ahora más sosegado y con cierta melancolía que se ve en los ojos de sus dos actores, la misma que se respira en la música... Llegados a esta línea no está de más sugerir un paseo por su heterodoxo terreno: Besos de mariposa, Jude, Welcome to Sarajevo, Wonderland, 24 Hours Party People, 9 songs...

Sin decorados futuristas ni efectos especiales, basta echar un vistazo a nuestro alrededor: el futuro ya ha llegado.

Texto escrito por Daniel Galindo.

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