viernes, mayo 04, 2007

Crítica: Mi hijo

Director: Martial Fougeron
Intérpretes: Nathalie Baye, Victor Sevaux, Olivier Gourmet, Marie Kremer, Emmanuelle Riva
Estreno en España: 4 de mayo de 2007


Le damos un 6,5

Público, crítica y jurado festivalero suelen ir por caminos diferentes. Prueba irrefutable de ello lo encontramos en la cinta ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián 2006.

Por el tiempo que ha tardado en ver la luz, da la sensación de que los distribuidores tenían miedo a enseñarnos este claustrofóbico y amargo relato acerca del sentimiento de posesión maternal.

Sin entrar en reiteraciones argumentales, la cordura se ha impuesto y al final ha llegado a nuestras pantallas, con poco bombo eso sí, este curioso retrato de la desesperación y el egoísmo, alimentado por el exceso de autoridad, por el que su actriz principal se alzó también con la Concha de Plata en el festival donostiarra.

El amor de una madre puede ser insoportable para el que lo sufre. Detrás de esta afirmación no hay segundas que valgan, sino una sentencia que alimenta la esencia de un corto aunque intenso y un tanto previsible largometraje sobre la autoridad materna llevada a extremos.

La violencia psicológica es menos tangible que la física: no hay moratones, ni daños visibles a simple vista, pero quien la sobrelleva lleva consigo sus traumatizantes marcas de por vida. A partir de esta premisa, Martial Fougeron describe un sinfín de situaciones agrias esbozadas de manera seca y austera aunque con concreción y un, por momentos, desmedido punto de reiteración que podría haber provocado su caída.

Pero ahí estaba ella para sostener esta bajada a los abismos: pocas actrices me convencen tanto como la francesa Nathalie Baye. No he obviado ningún título protagonizado por ella desde que la conocí flirteando en la cama con Sergi López y verborréica perdida en Una relación privada.

En esta década –ella lleva en la brecha mucho más tiempo- he visto Según Matthieu, Venus, salón de belleza, La flor del mal… películas más o menos interesantes, bodrios y maravillas, pero todas ellas con un denominador común: la que fue musa de François Truffaut siempre estaba espléndida. Lo mismo ocurre aquí, donde además de ser el principal reclamo, ejerce de salvadora de una cinta que bien podría haber sido obviada y tampoco hubiésemos sufrido mucho.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

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